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La banalidad de Mural


Ramiro Lomelí

Por estos días especiales de pandemia y aislamiento, cuando la reflexión y la empatía son actos de primera necesidad, me he decepcionado al leer el periódico tapatío Mural.

Advierto que me dedico al lenguaje desde hace décadas, como escritor desde edad temprana, como periodista desde 1990 y como comunicador en instituciones públicas desde 1993. Sé, pues, de lo que hablo; sé de los aciertos y de los errores que se cometen en tales actividades, dicho esto de manera autocrítica.

Advierto también que soy empleado de la Dirección General de Prevención y Reinserción Social, no sólo para reconocer una relativa parcialidad, sino para destacar que trabajar ahí me ha permitido conocer por dentro lo penitenciario y sus honduras existenciales.

Escribo esta columna de manera personal, no he avisado que lo haré ni he pedido autorización a mis superiores en el organigrama. Si alguno me llamase la atención por esto, yo elevaría mis hombros. No la escribo como texto oficial ni me da la gana hacerlo. Me expreso aquí como ser humano, como ciudadano, periodista y comunicador, incluso como poeta, en días especiales, extraordinariamente exigentes de humanitarismo.

Escribo esto, además, porque invoco el ejercicio de la réplica, no como derecho ni desde la institución, sino porque entiendo al periodismo y a la comunicación como hechos conversacionales, de debate público, análisis y, si se tiene interlocutor dispuesto, de inteligencia.

Mural, que me ha decepcionado pero no ha perdido mi respeto, razón por la que pierdo mi tiempo ofreciéndole mi crítica, ha referido por una semana o más lo que ha estereotipado como “La Albercada”, tras publicar imágenes de mujeres privadas de la libertad lanzándose a una alberca portátil dentro del reclusorio femenil de Puente Grande. Por cierto, exhiben sus rostros sin pudor periodístico ni respeto a los derechos humanos de las internas y de sus familias.

Al respecto diré que estuve ahí y no hubo “albercada”, sino un exatlón supervisado por instructores de deporte, y que estuvo ahí una reportera de Televisa y su camarógrafo, quienes deseaban observar la normalidad dentro del reclusorio femenil, en tiempos de anormalidad pandémica. ¿Para qué un exatlón y otras actividades recreativas? Para prevenir la depresión tras haber suspendido las visitas de familiares. Hay que conocer los reclusorios para saber lo importante que es esto.

Mural –y los medios que le siguen por inercia--, ha publicado una serie de notas que se repiten, con un argumento que no es válido, solipsista, al decir: “Mural ha publicado que…” De tal manera, Mural se convierte en su propia fuente informativa y en su propio garante de veracidad, lo cual por supuesto es falaz. Que me disculpen, pero soy periodista y sé de manejo del lenguaje.

El diario agrega que con tales actividades, que forman parte de los ejes de la reinserción social establecidos por la Ley Penal, se arriesga a las internas al contagio de COVID19. Pues, entonces, ¿por qué no hay ni un solo caso en el Femenil? Tampoco los hay en Sentenciados ni en el Metropolitano. Los hay, sí, en Preventivo, y todos asintomáticos, lo que supongo significa que habría que comprobar el diagnóstico o que los internos estaban bien alimentados y en buena salud general cuando se contagiaron. Pero, bueno, no soy médico. Este es un asunto de salud que las autoridades sanitarias deben atender.

En Jalisco hace falta un periodismo que por lo menos intente aprehender de manera integral la complejidad de la existencia y de la vida social. El periodismo que selecciona deficientemente parte de la verdad y estereotipa, es ajeno a la veracidad. Hoy lo que la sociedad sufre es la banalidad del periodismo, con reporteros y redactores que intentan justificarse con la frase de que sólo obedecieron órdenes de sus jefes. He citado a Hannah Arendt, por si se quiere aprovechar la cuarentena y leer.

He ilustrado esta columna con dos imágenes. Una de Ohio, Estados Unidos, donde la prisión registra ya 75 por ciento de contagiados. La otra de El Salvador, donde a los internos se les trata con absoluta indignidad. Una refleja los riesgos de la frivolidad del exceso de riqueza, en un país que vive del eufemismo “Primer Mundo”. La otra refleja los efectos de la pobreza violenta. En Jalisco, me consta que ni lo uno ni lo otro.

Lo de El Salvador hay quien intenta justificarlo al señalar a los internos como terribles pandilleros. Pues, sí, pero se omite recordar que desde los años 80 del siglo pasado se preveía tales consecuencias en toda una generación de huérfanos de las dictaduras militares y de la siempre anacrónica utopía de la revolución.

En Jalisco urge una reflexión pública sobre la reinserción social, no echar para atrás la voluntad de respetar los derechos humanos, lo que yo suponía era de interés para un diario como Mural. Los reclusorios son espacios donde habitan los desventurados, la gran mayoría víctimas de circunstancias sociales, incluso inocentes; hay muchos posibles de reinsertar socialmente, y sí, un número menor difícilmente rescatables de la delincuencia.

Es un problema que existe, real, de toda la sociedad. Pues es la sociedad la que genera delincuentes, no la prisión. Ésta sólo los recibe. Ese “inconsciente colectivo”, las prisiones, no se integra con represión ni con desprecio sistemático, incluido el periodístico, mucho menos con hipocresía.

Todos hemos sido alguna vez criminales, pues crimen, según los diccionarios jurídicos, es un acto antisocial. Delito, en cambio, es el crimen penalizado. Mentir es criminal, por cierto. Así, será imposible hallar la “nueva normalidad” que se dice sobrevendrá después de la pandemia.

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